
Prefacio: Este comentario fílmico ha sido escrito por Nerea Dolara, periodista caraqueña y protoguionista.
Sam Mendes no tarda en dejar claro el tono y dirección de su película. Cuando April (Kate Winslet) y Frank (Leonardo DiCaprio) se conocen al principio de la cinta, el amor que surge es evidente. También lo es la desilusión cuando, en la escena siguiente, tras años de matrimonio, la feliz pareja se ha hundido en terrenos de incomprensión cosechados en la cotidianidad. En Sólo un sueño (Revolutionary Road) no hay caminos fáciles. En esta película el retrato de la realidad es duro y exacto. La cámara de Mendes es como la voz de la verdad encarnada en el matemático desequilibrado que interpreta Michael Shannon: siempre inoportuna, dura y sin pruritos.
El filme, basado en una novela de Richard Yates, cuenta la historia del matrimonio Wheeler. Ella es una aspirante fracasada a actriz y él un hombre frustrado en un trabajo rutinario. Pero cuando April propone, tras una terrible pelea, que la familia se mude a París para empezar de nuevo, la felicidad y la esperanza regresan. No es difícil saber que este plan será el comienzo del descubrimiento. Será el detonador que desparramará las verdades y destruirá lo establecido.
El gran drama de los Wheeler es que son normales. La soledad que ambos sienten, uno al lado del otro; la incapacidad de entenderse, de perdonarse, la certeza que tienen de estar muriendo lentamente, la insatisfacción hecha costumbre, el desprecio momentáneo por el otro. Todo es cierto y común. No es un universo cinematográfico, es la casa del vecino o de uno mismo. Son las palabras de April: “¿Sabes que es lo bueno de la verdad? Todo el mundo sabe cuál es, no importa cuánto lleven viviendo sin ella. Nadie olvida la verdad, Frank, sólo se hacen mejores mentirosos”.
En la medida en que transcurre el relato, el espectador se va hundiendo en un familiar y doloroso estado de ánimo. No hay lágrimas. Sólo vacío y reconocimiento. En ellos, esos dos que se miran con pasión al principio, está la prueba de que el amor se esfuma y en lugar de la intensidad omnipresente del principio queda la realista y melancólica cotidianidad.
Mendes pone su ojo con violencia estilizada y sutil en las miserias del día a día del matrimonio de la casita perfecta, se adentra en las desilusiones de una pareja y, a la vez, en las de una generación cercada por convenciones sociales asfixiantes. Y lo hace además en la piel de la pareja más icónica del amor cinematográfico de los noventa. En Sólo un sueño Winslet, DiCaprio y Kathy Bates vuelven a compartir espacio en una superficie que se hunde. Y esta vez no es el Titanic, sino las seguridades de la vida de la década de los cincuenta y su gente.
El matrimonio Wheeler es como el propio barco inmenso y prometedor que las versiones juveniles de Winslet y DiCaprio abordaron. Inicialmente reluciente y nuevo, y al parecer resistente e invencible. Pero derrotado por un obstáculo que se convierte en la revelación de que todo lo que se mantenía a flote, por un mecanismo delicado de aguante, sólo necesitaba un pequeño empujón para sepultarse en las frías y oscuras profundidades del océano.
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